domingo, 18 de marzo de 2012

La ética protestante y el espíritu del capitalismo

A petición de Raverkid  dedico la presente entrada a la celebérrima obra del sociólogo alemán Max Weber.  Añado el pearltree en que me apoyé a modo sui generis de fuentes bibliográficas.
La tesis básica de Weber es que el capitalismo es fruto del protestantismo, ya que este valora mucho el trabajo por la influencia calvinista.  Eso explicaría que los protestantes ocupen los cargos más importantes en las sociedades capitalistas y que el desempeño de los países católicos sea inferior desde un punto de vista económico.
En realidad las tesis de Weber no serían más que producto de una tradición muy anterior, que considera a los países protestantes (sobre todo anglosajones) como esencialmente superiores a los países católicos (sobre todo hispanos).

En la actualidad podemos ver cómo las ideas de Weber vuelven a cobrar vida con la crisis de la Unión Europea y la consiguiente acuñación del acrónimo peyorativo PIIGS (cerdos, en inglés) creado en los años ochenta por el diario Financial Times para referirse a países "irresponsables" que no lograrían entrar a la Comunidad Económica Europea (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España).
Lo cierto es que la crisis de la CEE es generalizada y las diferencias entre los PIIGS y los "países sanos" no son tan grandes como se suele pensar.  En el caso concreto de Portugal, Grecia y España, su crisis tiene que ver más con la orientación socialista de sus últimas administraciones que con su religión.
Weber está en lo correcto al afirmar que el cristianismo proveyó el marco para el surgimiento del racionalismo y el individualismo, los cuales hacen posible el capitalismo, pero se equivoca al pensar que el protestantismo es el impulso definitivo que inicia una nueva era.
En realidad, como señala Schumpeter y otros revisionistas de Weber, en la historia no hay saltos ni generaciones espontáneas.  Adam Smith y Ricardo no crearon el capitalismo ex nihilo, sino que se alimentaron de una larga tradición de pensamiento económico que puede ser rastreada hasta Aristóteles y que pasa por los escolásticos medievales.
El capitalismo no surgió en la protestante Inglaterra en el siglo XVII, sino en las ciudades católicas italianas del siglo XIV.  Baste señalar a figuras tan importantes como fray Luca Paccioli, padre de la contabilidad moderna.  La mayor parte de los historiadores ignora la decisiva influencia de los escolásticos españoles de la Universidad de Salamanca, que influyeron al propio Smith.   Señalaremos  entre ellos al jesuita Juan de Mariana.
Sin embargo, es indudable que la distinta concepción del mundo que trajo consigo el protestantismo dio como resultado una forma muy diferente de entender el capitalismo.  Ya que el principio protestante  de la sola fides resta el valor a las buenas obras para la salvación, surge la incertidumbre respecto a qué señales puede tener el creyente de que se salvará.  Esta angustia se ve acrecentada con la teoría calvinista de la predestinación.  Para aliviar las dudas surgió la idea de que el éxito material es una señal de la aprobación divina: el trabajo se convirtió en un fin en sí mismo.
La adoración calvinista del trabajo fue la inspiración para que Smith y Ricardo crearan la teoría del valor trabajo.  Mientras tanto, en el catolicismo el trabajo no es considerado como un fin en sí mismo, sino como un simple medio para lograr un fin.  La teoría del valor trabajo eclipsó la teoría de la utilidad desarrollada por pensadores católicos franceses, italianos y españoles, centrada en el consumidor.  Esta idea de Smith y Ricardo tendría funestas consecuencias, como preparar el camino para Marx y para todos los intentos del Estado de fijar artificialmente los precios.
Von Mises opinaba que Weber había invertido el orden causal: no es que los calvinistas inventaran el capitalismo, sino que más bien el capitalismo surgió primero y los calvinistas moldearon sus enseñanzas según la creciente influencia de este.

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