viernes, 27 de julio de 2007

La minivenganza del latín

El papa Benedicto XVI recientemente ha promovido el uso del latín como lengua litúrgica. Su medida ha provocado reacciones favorables y desfavorables. Desde el Concilio Vaticano II se había privilegiado el uso de las lenguas vernáculas en el culto en vez del latín. Los argumentos eran que así se favorece una mejor participación y que se facilita el entendimiento entre los fieles de lo que celebran. Argumentos que no dejan de ser válidos.
Desgraciadamente este reconocimiento de las lenguas locales se hizo suprimiendo la lengua oficial de la Iglesia en el culto, que también tiene puntos a su favor:
  • Promueve el sentido de unidad en la Iglesia.  Uno escucha la misma misa en la Ciudad de México, París, o Hong Kong.
  • Dota al culto de una belleza milenaria y una solemnidad especial.
  • Al tratarse de una lengua muerta, el latín facilita la definición de conceptos, que se ven menos afectados por las variaciones semánticas de un lenguaje en uso popular.
Por todo lo cual considero que la iniciativa del papa por promover el uso de la lengua latina es loable y debe ser secundado.  Eso no tiene por qué significar la supresión del culto en lenguas vernáculas.  Creo que ambos modelos pueden coexistir sin mayores dificultades.
Otro punto importante es el rescate del rito tridentino, que también tiene su belleza y su fundamentación teológica, lo mismo que las reformas introducidas en el Vaticano II.  Ambas formas del celebrar el rito son hermosas y valiosas para la vida de la Iglesia.