lunes, 9 de enero de 2012

Del buen salvaje al bonobo

La Ilustración no creó solo progreso, sino también auténticos monstruos, uno de ellos el “buen salvaje”, el hombre en la pureza de sus buenos instintos no estropeados por la civilización, construido según la arbitraria imaginación de cada salvajista. Del “buen salvaje” han salido las utopías más brutales de los siglos XIX y XX, y un precedente de él fue el indio pintado por la fantasía del perturbado fraile Bartolomé de las Casas.
Lamentablemente (o no), las sociedades salvajes, vistas más de cerca, han resultado menos inocentes y bucólicas de lo pretendido, y como nada se estanca, nuestros progres de hoy, en particular los homosexualistas y feministas, han tenido necesidad de ir más allá y “avanzan” directamente hacia el mono. ¡Han descubierto al bonobo! De los bonobos nos ofrecen los progres la descripción de una sociedad idílica (para su gusto, claro) sin violencia ni jerarquía, otros dicen matriarcal, en la que todos fornican con todos, con especial relevancia de las relaciones homosexuales. La descripción suena al típico fraude con pretensiones científicas, tan frecuente en los medios progresistas (recuérdese, por poner un caso, a Margaret Mead). De vez en cuando se descubre alguno de estos fraudes incluso en los círculos a los que se supone mayor nivel de exigencia científica, pero en los niveles medios e inferiores se multiplican los timos y falacias con supuesto respaldo de la ciencia. No sobra recordar el aserto de Revel sobre el peso de la mentira en la sociedad actual.

Pero no voy ahora a discutir las descripciones de los bonobos, que tampoco me interesan gran cosa, sino su significación como modelo implícito, casi explícito, de los modelos a que aspiran feministas, homosexualistas y otros. Pues su insistencia en los bonobos (o en la idea que ellos de hacen de tales monos) revela una intencionalidad clara, un ideal que intentan imponer y del cual hallan un ejemplo “natural” que daría una especie de prestigio y viabilidad a su utopía bonobiana. En definitiva: la evolución al revés, prueba inmejorable de la mezcla de chifladura y degradación moral e intelectual de tales corrientes: la sociedad humana como bonobesca exhibición permanente del “orgullo gay”.

Paul Diel ha dado una explicación bastante convincente de tales actitudes. La condición humana, “condenada” a la libertad, a una continua elección englobada en la esfera de la moral, es trabajosa, y de ahí la persistente ilusión y deseo de volver al mundo del instinto animal. “En una de sus frases afortunadas –no sé si original—decía Azaña: “la libertad no hace al hombre feliz, lo hace simplemente hombre”. Y a veces lo hace sumamente desdichado porque valorar distintas alternativas es a menudo un esfuerzo atormentador, y sus consecuencias nunca son previsibles por completo, suelen llevar consigo el peso de la culpa y por ello remiten a una instancia juzgadora superior e inaprensible. De ahí el deseo de soltar el fardo, como cantaba Walt Whitman: “Podría irme a vivir con los animales, tan plácidos y satisfechos de sí mismos (…) No sudan ni gimen por su condición, no yacen despiertos en la oscuridad ni lloran sus pecados”. En el impulso de renuncia a la fatigosa condición humana, de vuelta a la inocente conducta instintiva, hunden su raíz, probablemente, las utopías totalitarias de nuestro siglo.

Fuente: http://www.intereconomia.com/blog/presente-y-pasado/buen-salvaje-bonobo-freddy-faisan-y-doctora-burrianes-r-g-v-efecto-suarez-201

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