miércoles, 12 de octubre de 2011

¡Feliz día de la hispanidad!

Hoy 12 de octubre celebramos en la mayor parte de América el día de la raza, que en realidad debería llamarse fiesta de la hispanidad, tal y como ocurre en la Madre Patria.  Día mal comprendido, si los hay, que ha sufrido numerosas vicisitudes.
Originalmente propuesta como una celebración de la hispanidad, canto de hermandad y unidad, ha ido cambiado su sentido, hasta convertirse en algunos países en una especie de anticelebración: la fiesta de la resistencia indígena (Venezuela).  O a llegar a despropósitos como tener en México un monumento a la raza, pero a la "raza indígena", la única verdaderamente "mexicana".  Un amargo recordatorio que nos hace maldecir nuestro origen mestizo y agregar una página más a la bitácora de vituperios a la cultura madre: la española.
Siguen presentes en el mundo hispánico las secuelas de la enorme herida inflingida por las mentiras de Fray Bartolomé de las Casas en su  Brevísima Relación de la destruición de las Yndias.  Es el inicio de la leyenda negra antiespañola.  Una leyenda cuyos principales propagadores han sido los propios hispanos.  Una leyenda que no se ha borrado ni con la concienzuda defensa de Blasco Ibáñez y muchos otros.  Una leyenda que casi nadie tiene ánimo de borrar.
Es un caso de autonegación sorprendente en la historia de la humanidad.  El discurso de los enemigos tradicionales de España en la edad moderna (los ingleses protestantes) es asumido por los propios españoles con tanta o más convicción que sus propaladores iniciales.
Es España quien da forma a lo que hoy conocemos como América, y de una manera mucho más decorosa que sus tradicionales detractores ingleses o franceses.  Es el elemento español el que termina por definir y sentar una base cultural común a lo que anteriormente no era sino un conjunto de pueblos sin ningún nexo.
Porque, en efecto ¿qué tienen que ver los apaches de norteamérica con los aztecas, o estos con los incas?  Solamente la relación de todos ellos con el español es lo que ha creado el concepto de indígena, constructo que pretende unificar realidades tan disímiles como lo puede ser el pueblo alemán del catalán.  Las mismas fronteras de los actuales países americanos no tienen ninguna realación con los antiguos pobladores prehispánicos, sino con las divisiones administrativas del Imperio español.  Hoy en día hablamos mayoritariamente español, y no náhuatl, otomí o aymara; y le rezamos a Jesucristo, no a Quetzalcóatl ni a Viracocha.
Cuando veo a los danzantes del centro histórico de la ciudad de México, muchos de ellos de tez clara, proclamar con orgullo la "herencia de sus antepasados" veo a un occidental disfrazado de azteca.  La verdad es que tenemos menos cosas en común con los aztecas o los patagones que con esos otros antepasados a los que nos hemos empeñado en negar sistemáticamente: los españoles.
Después de dos siglos de antiespañolismo aún hay quien achaca el pobre desarrollo económico de la América hispánica (la expresión "Latinoamérica" es desafortunada)  a su "herencia de atraso español".  Dando por sentado que el capitalismo industrial avanzado, propio de las sociedades anglosajonas, es lo "avanzado".  Es como si el hijo de cincuenta años culpara al padre de que aun no encuentra trabajo.  Pero tener a España como causa de nuestra miseria es muy útil.  Permite a nuestros presidentes explicar nuestros fracasos nacionales por "profundas causas históricas" y no por nuestra propia mediocridad.
El sueño de Bolívar y Vasconcelos, de ver una sola y poderosa confederación de naciones amalgamadas por el idioma, la cultura y la religión, nunca pudo concretarse (y probablemente nunca se podrá) debido a que hemos bebido hasta las heces de la cicuta que nuestros astutos enemigos nos han preparado.  No es que no nos unamos por ser subdesarrollados, sino que somos subdesarrollados precisamente porque no estamos unidos.  En cambio, cuando hay que hacer causa común contra terceros, los australianos y estadounidenses se sienten tan ingleses como sus hermanos de Inglaterra.  En eso sí son superiores a nosotros.
Y así, mientras seguimos negando lo que realmente somos y nos empeñamos por seguir miméticamente a las culturas definidas de forma ortogonal respecto al proyecto original de la hispanidad, nuestra existencia se consume en la  inautenticidad y la fuga perpetua de nuestro yo más profundo.
¿Por qué debemos celebrar el día de la hispanidad?  Por la misma razón que celebramos los cumpleaños: son fechas que marcan el inicio de lo que somos.  El yo debe ser celebrado.  Solamente partiendo de la aceptación de lo que somos (con nuestras glorias y miserias, como cualquier otra cultura) podremos construir un futuro.  Solamente dejando atrás maniqueísmos históricos que subrayan de forma ideológica la violencia del proceso colonizador(como si la violencia no fuera una constante en cualquier proceso histórico) y empecemos a ver lo mucho bueno que tenemos podremos reconocernos en aquellos que se comunican con nuestras propias palabras, y entonces la verdadera América habrá nacido de verdad.









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