sábado, 17 de junio de 2006

Catolicismo: cuando el futuro nos alcance

A estas alturas del partido es evidente que el viejo sueño medieval de convertir a todo el orbe a fe de Roma es ya una utopía inalcanzable. Pero es que desde un principio, el cristianismo fue y sigue siendo asunto de minorías. Despojado (por fin) del oropel y las ricas túnicas bordadas, el catolicismo vuelve a ser, poco a poco, lo que era en un principio: una minoría, la levadura en la masa.
Ahora, sin más incentivos para creer que la fuerza desnuda del evangelio, es cuando se presenta una oportunidad extraordinaria para una renovación radical de la espiritualidad y los hábitos eclesiales.
Ya ni siquiera es necesario seguir en nuestra trinchera, elaborando caducas apologéticas. Y es que ya no tenemos nada más que perder. Tratar de justificar al cristianismo es, como diría Kierkegaard, más o menos como si un rico propietario tratara de justificar, por medio de ponderadas razones, la conveniencia de que los pobres de la ciudad acudan a recibir parte de la donación de toda la hacienda, que el propietario esta a punto de efectuar en favor de aquellos.
Ante el kerigma sólo hay dos actitudes posibles: la fe o el escándalo. Sólo una supina pobreza intelectual y espiritual podría ser indiferente ante semejante anuncio.


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