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Tal vez la conocida frase "la historia la escriben los vencedores" nunca haya sido más cierta que en el caso de Miguel Miramón. La novela de Trueba Lara representa la visión de los vencidos. Pero no la de los del siglo XVI. Esa ya nos la sabemos muy bien a fuerza de repeticiones ad nauseam desde la educación primaria. Los grandes perdedores del siglo XIX en México fueron los católicos.
Muy pocos saben algo de este sobreviviente de la defensa del Castillo de Chapultepec, que también ha sido el presidente más joven en la historia de México. Miguel Miramón habita, junto con Victoriano Huerta, en el noveno círculo infernal de la historiografía oficialista mexicana. Los historiadores liberales jamás le perdonaron su fidelidad a la Iglesia, a pesar de sus reiteradas muestras de heroísmo y patriotismo.
Sobre Miramón pesa el baldón de haberse aliado al invasor Maximiliano de Habsburgo. Sin embargo, nuestros insignes historiadores callan que los liberales le habían puesto el país en bandeja de plata a los yanquis. Se habla de los términos del tratado Mon-Almonte, pero casi no se comentan los del tratado McLane-Ocampo.
La vida de Miguel Miramón es una constante apuesta por una causa perdida. El dispendio de heroísmo no alcanzó para comprar la victoria de su causa, marcada por la desgracia merced al fatídico día en que los norteamericanos tomaron el Castillo de Chapultepec, y el no menos infausto día en que el vapor norteamericano Saratoga le impidió tomar el puerto de Veracruz y al líder de los liberales, don Benito Juárez. Estados Unidos fue la estrella maléfica que marcó su desgraciado fin.
Maximiliano no se equivocaba cuando pensó que el fin de su imperio marcaba el inicio del domino yanqui sobre México. Más adelante, Theodor D. Roosevelt tampoco se equivocaría al afirmar que "mientras la religión de los países latinoamericanos sea la católica, su absorción será larga y difícil". Los conservadores, lejos de la imagen maniqueísta que de ellos nos ofrece la historiografía oficial, no fueron los malos de la película.También querían, como los liberales, lo mejor para México. La gran diferencia era la metodología de cada grupo: para los liberales la única posibilidad de progreso consistía en que México renunciara a su ser, destruir su herencia cultural hispana e indígena, y convertirse en una copia al carbón de una nación con la que no tenía nada en común, excepto la frontera: los Estados Unidos. Los conservadores creían que México tenía que seguir su propio camino, que no podía renunciar a su ser. Lo cierto es que los liberales jamás hubieran vencido sin el apoyo estadounidense, y que a la fecha el proceso de aculturación que emprendieron está muy lejos de haber concluido con éxito.
La obra de Trueba Lara es una novela histórica que adentra al lector en el ambiente inestable y peligroso del siglo XIX en México. Los modismos y la mención a las costumbres hacen que la narración sea particularmente entretenida. Entre bromas y chanzas de la época, Trueba Lara quiere hacer una reconstrucción del carácter de este hombre injustamente tratado por la historia oficial.
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