Es el libro de Thomas Cahill que acabo de terminar. Lo encontré por casualidad en un puesto de libros del metro. Se trata de un relato apasionado (con todo lo bueno y malo que la palabra implica) de la gran deuda que la civilización occidental tiene con la Irlanda medieval.
Muy bueno para quitarse de la cabeza esas telarañas ilustradas que nos presentan al medioevo como una época oscura en la que casi no se produjo nada. Por el contrario, Cahill demuestra cómo el tesoro de la literatura clásica se conservó gracias a los monjes irlandeses que se dedicaron a copiar los libros que en tierras continentales europeas no podían sobrevivir a causa de los constantes conflictos y destrucciones que trajo consigo la caída del imperio romano de occidente. Irlanda, aislada en el fin del mundo, pudo desarrollar una potente cultura cristiana autóctona, fuera del centro de gravedad romano, gracias al arrojo de san Patricio, quien logró evangelizar pacíficamente la isla verde. Irlanda, una vez evangelizada y pletórica de monjes escribanos, se lanza a su vez a la cristianización del continente, incidiendo en el renacimiento carolingio y la consiguiente reactivación de las labores intelectuales en una Europa más pacífica. Pero ahora la gloria de Irlanda se viene abajo gracias a los rapaces vikingos primero, y después a los no menos mendaces ingleses, los cuales en la época moderna transforman a Irlanda en la primer colonia de su imperio: una nación tercermundista en el límite de Europa.
Junto con la historia de eminentes irlandeses como Columcille, Columbano y Brígida, Cahill incurre, llevado por su entusiasmo, en una exaltación a mi juicio exagerada del espíritu nacional irlandés. Su contraposición entre lo "romano" y lo "católico" (más ajustado al ethos irlandés en su opinión) es artificial: lo católico sólo llegó a Irlanda gracias a ese hijo de una familia romana que fue Patricio, antes de él poco o nada se puede hablar de las aportaciones irlandesas a la cultura europea.
Desde que compré el libro me pareció extraño ver en la contraportada elogios del New York Times ante lo que seguramente sería una visión de la historia muy alejada de la leyenda negra que la cultura anglosajona ha forjado respecto al catolicismo, y de hecho ese parecía el plan de Cahill en la introducción. Una vez que terminé el libro me doy cuenta de la causa: la reividicación de Cahill no es para el catolicismo a secas, sino para un imaginario "catolicismo irlandés" caracterizado por una desenfadada actitud en lo que al sexo se refiere. Para Cahill los irlandeses medievales estarían más cerca del anglicanismo que del catolicismo actuales. Lo cierto es que el monacato actualmente solamente es vigente en el catolicismo romano, una contradictio in terminis según la postura del autor.
El gran mérito de la obra es presentar un capítulo importante de la historia medieval en forma amena y con una reflexión personal dirigida hacia el presente (en algunos aspectos no muy bien enfocada).
En resumen, una obra de divulgación entretenida con un enfoque descaradamente parcial, pero que no deja de presentar datos que generalmente no se tienen en cuenta en la formación histórica básica.
Muy bueno para quitarse de la cabeza esas telarañas ilustradas que nos presentan al medioevo como una época oscura en la que casi no se produjo nada. Por el contrario, Cahill demuestra cómo el tesoro de la literatura clásica se conservó gracias a los monjes irlandeses que se dedicaron a copiar los libros que en tierras continentales europeas no podían sobrevivir a causa de los constantes conflictos y destrucciones que trajo consigo la caída del imperio romano de occidente. Irlanda, aislada en el fin del mundo, pudo desarrollar una potente cultura cristiana autóctona, fuera del centro de gravedad romano, gracias al arrojo de san Patricio, quien logró evangelizar pacíficamente la isla verde. Irlanda, una vez evangelizada y pletórica de monjes escribanos, se lanza a su vez a la cristianización del continente, incidiendo en el renacimiento carolingio y la consiguiente reactivación de las labores intelectuales en una Europa más pacífica. Pero ahora la gloria de Irlanda se viene abajo gracias a los rapaces vikingos primero, y después a los no menos mendaces ingleses, los cuales en la época moderna transforman a Irlanda en la primer colonia de su imperio: una nación tercermundista en el límite de Europa.
Junto con la historia de eminentes irlandeses como Columcille, Columbano y Brígida, Cahill incurre, llevado por su entusiasmo, en una exaltación a mi juicio exagerada del espíritu nacional irlandés. Su contraposición entre lo "romano" y lo "católico" (más ajustado al ethos irlandés en su opinión) es artificial: lo católico sólo llegó a Irlanda gracias a ese hijo de una familia romana que fue Patricio, antes de él poco o nada se puede hablar de las aportaciones irlandesas a la cultura europea.
Desde que compré el libro me pareció extraño ver en la contraportada elogios del New York Times ante lo que seguramente sería una visión de la historia muy alejada de la leyenda negra que la cultura anglosajona ha forjado respecto al catolicismo, y de hecho ese parecía el plan de Cahill en la introducción. Una vez que terminé el libro me doy cuenta de la causa: la reividicación de Cahill no es para el catolicismo a secas, sino para un imaginario "catolicismo irlandés" caracterizado por una desenfadada actitud en lo que al sexo se refiere. Para Cahill los irlandeses medievales estarían más cerca del anglicanismo que del catolicismo actuales. Lo cierto es que el monacato actualmente solamente es vigente en el catolicismo romano, una contradictio in terminis según la postura del autor.
El gran mérito de la obra es presentar un capítulo importante de la historia medieval en forma amena y con una reflexión personal dirigida hacia el presente (en algunos aspectos no muy bien enfocada).
En resumen, una obra de divulgación entretenida con un enfoque descaradamente parcial, pero que no deja de presentar datos que generalmente no se tienen en cuenta en la formación histórica básica.